Cine

El verano de Kikujiro

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¿Recordáis Humor Amarillo? Mi corasonsito aun si.

Antes de que los memes camparan a sus anchas y las gentes se dedicara a mostrarlos a cada aburrida situación de su día a día con la misma insistente obscenidad con la que un cazador muestra su recién adquirida cornamenta de catorce puntas -literales-, nosotros en España, de críos, repetíamos con insistencia aun más obscena y cansina las mismas frases para las mismas cuatro situaciones cotidianas de siempre:

 

En España -ignoro si en otros países-, la comedia surrealista y tontorrona de Humor Amarillo fue nuestra primera toma de contacto con el Japón raruno, ese de los anuncios de shibas cosmonautas y las maquinas expendedoras de bragas usadas. Claro que nosotros recibimos una primera dosis muy diluida, prueba es que la tan denostada generación «millenial» no esta ni la mitad de ida de la chota de lo que han hecho creer los yayos. Porque, por suerte o por desgracia, lo único que llego al mainstream español fue este divertimento de Takeshi Kitano, beat Takeshi para los amiguis, y no una de sus muchas películas y delirios psicotrópicos.

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Haber si me muero

Takeshi-san es algo así como un trasunto de Da Vinci moderno y japones, con todo lo bueno y lo malo que tiene este honorable titulo y esta aun más honorable nacionalidad. Hombre ecléctico y multifuncional, Takeshi es director de cine, actor, escritor,  poeta, pintor, comediante y desarrollador de videojuegos. Y en cada una de esas disciplinas ha dejado huella por su peculiar sentido del humor y su excéntrica forma de ver la vida. Digamos que el señor Takeshi es uno de los culpables de que en la psique colectiva de los sucios gaijins los nipones sean el perfecto ejemplo de lo que una endogamia salvaje e indiscriminada es capaz de hacer cuando una población vive prácticamente aislada más de 10.000 años.

Y si no me creéis, mirad su videojuego

Cuando decidí ver esta cinta esperaba ver eso mismo, 24 quilates de Japón: peña disfrazada, actuaciones en plan kabuki, chistes y situaciones absurdas, personajes estrambóticos, montajes aleatorios… Y, pese a encontrarme todo eso y muchísimo más, también encontré una película tierna, con una sensibilidad que se diría impropia de alguien que disfruta de interpretar a yakuzas pasados de rosca y de lanzar a pobres incautos por acantilados de poliexpán; una cinta emocional, divertida, que sabe cuando ser seria y cuando cómica, cuando ser exagerada y ridícula, y cuando sutil y hasta poética. Al contrario de lo que me gritaban mis prejuicios y escasa experiencia -porque lo primero que vi de Kitano fue Zatoichi y BUENO-, que Takeshi no era más que un colgado pretencioso, he descubierto a un grandioso cineasta, y quiero, con esta entrada, que quien, al igual que yo, la ubicación natural de su cabeza sea entre las nalgas y no encima de los hombros, también le descubra.

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Esta es la historia de Masao, un niño de 6 años que vive solo con su abuela en la ciudad; su madre se ha marchado a causa del trabajo, por lo que, cuando llega el verano, el pequeño se encuentra totalmente solo, sin amigos con los que jugar, porque están de vacaciones, sin nada que hacer, porque no hay colegio, y sin ninguna compañía, porque su abuela sigue trabajando… Un día, igual de aburrido que los anteriores, recibe una carta de su madre donde viene su nueva dirección; y, sin pensárselo dos veces, Masao hace el petate y se marcha en su busca; pero el camino es largo y difícil, por lo que un vecino, el buen y zumbado Takeshi, le acompañará, más por obligación marital que por buena voluntad.

La película se divide en varias estampas bien delimitadas. Cada una de ellas se anuncia con un título y una pequeña postal, y aunque todas ellas tienen continuidad -que aunque rara, la película tiene una progresión temporal arquetípica, osea, principio-nudo-desenlace- casi se podrían tomar por pequeños sketches «independientes». Todos estos capítulos unidos conforman algo así como una road-movie en el que la evolución de los personajes se aprecia muchísimo, sobre todo, en el personaje de Kitano, del cual sabemos -y terminaremos sabiendo- bastante poco, salvo que el psicotécnico del coche no lo saca.

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En serio. No.

A lo largo de la película, en cada uno de esos capítulos, vemos desfilar una serie de personajes, cada uno mas estrafalario que el anterior, que tal y como aparecen desaparecen, dejando a nuestros protagonistas un poco más cerca de su meta o al espectador con el rostro más desencajado, ya sea de risa o de extrañeza. Claro que esto es solo en la primera parte de la película.

Hubo una vez que una amiga me dijo que el cine japoneses es tan extraño al cine occidental en cuanto a narrativa por su literatura; ella me contaba que los autores nipones ven las historias como un rió, y un río no sigue una senda predeterminada: un río nace en las montañas y muere en el mar, lo que haga durante su recorrido ya es cosa suya, puede elegir discurrir recto y caudaloso hacia el mar, serpear sinuoso formando meandros, ramificarse y fragmentar sus aguas, recibir a otros en su seno… La narrativa japonesa es parecida en este aspecto: la historia tendrá un principio y un final, si, pero el nudo puede ser tan enrevesado y caótico que parezca que realmente no hay una estructura, solo azar. Echad un vistazo al cine de Ghibli, que es bastante más accesibles, y podréis haceros una idea de esto.

En El verano de Kikujiro pasa algo más o menos igual: su estructura se hace caótica y aleatoria en el momento en que se comienza el viaje: va un poco a su bola. Esto se hace mas patente precisamente porque Kitano es bastante críptico a la hora de dar la información; quiero decir, la da, si, pero pocas veces de forma explicita; y a veces, todo lo contrario, las cosas que uno puede deducir fácilmente el hace mayor hincapié. Sin embargo, es muy sencilla de seguir y de entender pese a esa sensación de extrañeza imposible de eliminar por completo de nuestros cerebros.

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Y la sensacion te golpeara una… y otra… y otra vez…

Sin caer en spoilers, puedo deciros que hay dos partes bien diferenciados por un punto de inflexión: el viaje y el verano. Y yo, sinceramente, me quedo con el verano. Durante el viaje acompañamos a nuestros protagonistas, les conocemos, les vemos actuar frente a las adversidades a su peculiar modo de ser. Y cuando llegamos al verano, se ha formado un vinculo maravilloso entre los protagonistas, y entre los protagonistas y el espectador. Cuando decía al principio que Takeshi Kitano, pese a estar como una chota chica, tiene una sensibilidad sutil y hasta poética es precisamente por como construye este vinculo, dando forma a este segundo arco argumental gracias a los pequeños detalles que ha deslizado, y sigue deslizando, sibilinamente a lo largo de este viaje único y que tan bien sabe esconder entre sus chistes y sus situaciones delirantes, no hasta el punto de que encontrarlos esté solo al alcance de gurús, no, pero si de forma que la comedia y el drama no se hagan la zancadilla. Puede que no sea una de esas cinta que te hagan llorar, pero a mi si me hizo un nudo en la garganta, hasta el punto que, a veces. me cuesta resumir su trama cuando me preguntan. O escuchar su música.

El bueno de Joe es un genio. Simplemente. Cualquiera que haya visto una película de Miyazaki seguro que recuerda a la perfección sus maravillosas composiciones. Y es que este Hishiashi ha puesto música a casi cualquier película salida del país del sol naciente, sin importar el género de la misma. Este hombre le importa un huevo hacer una música orquestal épica que una tonadilla de piano, algo que suene a puro feudalismo nipón o algo que podría haber salido del estudio de Jean Michel Jarre: le da igual, el te hace lo que le pidas, y te lo va a hacer genial. Prueba de ello -una de tantísimas- es la banda sonora que realizo para esta cinta.

Parte del poder, parte de la magia y la maravilla de esta cinta reside en su preciosa música. Es simplemente hermosa, y su tema principal uno de esos que mueven a uno a las lagrimas por sincretizar todas las ideas, situaciones, todos los simbolos y emociones que hacen El verano de Kikujiro lo que es. Del mismo modo que cuando uno escucha la sublime Gabriel’s Oboe de Morricone recuerda esa catarata, esa selva profunda, esa maldad, esa bondad, ese sacrificio… yo escucho Summer y recuerdo los juegos que inventa Kitano para entretener a un niño solitario.

El poder de la buena banda sonora es convertir a una buena película en una gran película; porque la música también cuenta historias, lo lleva haciendo cientos de años, igual que un guion, y lo que es mejor, transmiten emociones, evocan recuerdos; incluso aunque no entendamos de música -como un servidor-, a nivel inconsciente las buenas bandas sonoras saben hacernos llegar lo que quieren decir. Y es por ello que Joe Hishiashi convierte, solo con su piano, una película en un viaje maravilloso hacia nuestra infancia idílica, la que solo esta en nuestros romantizados recuerdos, la infancia que pasó y quedo enterrada en nuestro subconsciente, a la espera del estimulo adecuado que, como al terminar la tormenta, haga aflorar los recuerdos al igual que ese olor a rocío húmedo y nostálgico.

El verano de Kikujiro es una película tan maravillosa como extraña, de esas que verdaderamente son difíciles de ver, a veces demasiado lenta y demasiado rara como para llegar por completo al espectador, que no se le puede reprochar su rechazo; de estas películas con las que hay que hacer un salto de fe y rezar porque allí abajo haya paja suficiente que nos salve del descalabre. Si de algo sirve decirlo, tras todo lo dicho anteriormente, esta película me ha servido para reconciliarme con Takeshi Kitano, y, de momento, no me esta decepcionando. Dadle una oportunidad, si veis que es demasiado extraña, que se os hace pesada; en resumen, si no os gusta, abandonadla sin dudar: de nada sirve ver una película a disgusto, el masoquismo cinéfilo dejádselo a los amantes de Tarkovski. Pero eso si:

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Escuchad la BSO, PILTRAFILLAS

 

 

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